Había una indiecita Mapuche, llamada Maitén.
Era una dulce joven llena de alegría, simpatía, atenta y servicial. Todo el pueblo mapuche quería mucho a Maitén.
Estaba enamorada de un humilde indiecito llamado Nauhel (su nombre provenía del lago Nahurl Huapi, que significa tigre), era valiente aguerrido, y estaba a su vez enamorado de Maitén. Ambos se habían prometido amor eterno.
El padre de Maitén, un hombre avaro y egoísta, prometió al gran cacique (un anciano sin prejuicios) que le entregaría a su hija a cambio de algunas tierras, sin tener en cuenta los sentimientos de ella…
Cuando Maitén se enteró que sería entregada al Cacique, se desesperó.
Nunca había imaginado ser la esposa de alguien a quien no conocía, un anciano casi repugnante para ella.
Corrió por las montañas a encontrarse con su amor y contarlo lo que sucedía, y quedaron de acuerdo en que ella se escaparía.
Llegó el momento y su padre la entregó al Cacique, haciéndola se esposa.
Maitén no hacía más que llorar y quería escaparse para encontrarse con su amado.
No soportaba la idea de no ser nunca más libre, de jugar por las montañas, de no volver a ver a su amor.
Un día decidió escaparse. Era una noche oscura y fría, y salió entre las sombras de la noche corriendo hacía las montañas, corrió, pasó por lagos, cerros, hasta llegar al volcán Lanín.
Llegó agitada, cansada, llena de llanto y dolor. Llamaba a gritos a Nauhel… pensando que este la escucharía.
Las sombras de la noche la asustaban aún más de lo que estaba, los ruidos y el crujir del hielo bajo sus pies descalzos producían más dolor.
Decidió subir un poco más…los pies sangrantes y semicongelados no la dejaban continuar. La montaña estaba cubierta de nieve…veía ese manto blanco delante suyo…en un momento, le pareció ver algo grande, oscuro que parecía volar a muy poca velocidad. Pensó que era Nahuel…se equivocó. Era el Gran Cóndor, que escuchando sus gritos la había observado desde lo alto. El también estaba enamorado de Maitén, bajó, se paró frente a ella y le declaró su amor.
Maitén aterrada, ante semejante monstruo al que tanto temía, comenzó a correr por la nieve. El corría detrás de ella, al verla tan asustada la alcanzó con sus garras y le dijo que le perdonaba la vida si se iba a vivir con él. Maitén le dijo que NO, que antes prefería morir.
El Gran Cóndor al ver semejante ofensa, la ahorcó.
Maitén murió desangrada.
La blanca nieve se cubrió de rojo, el color de su sangre.
En la primavera, cuando la nieve se derritió, creció un arbolito nunca visto por los mapuches…exactamente en el lugar donde ella murió…Era el alma de Maitén que nacía nuevamente en las tierras del sur…ese arbolito, frágil y pequeño, da una sola vez al año una flor roja…es el alma de Maitén que habita en las montañas y lagos del sur, buscando entregado su corazón solo por amor.
Ese arbolito “El Maitén” habita los suelos de la Patagonia, si alguna vez tenéis la oportunidad de viajar al Sur, no te olvides de El Maité que nació del amor de una indiecita mapuche.
Hermosa leyenda.....
ResponderEliminar